
El precio del oro está por las nubes así que eso ha creado un nuevo negocio criminal: los «narcomineros»
En Stilfontein, un antiguo pueblo minero de Sudáfrica, los vecinos ya no temen al vacío de los túneles abandonados, sino a los forasteros que llegan en coches cargados de fusiles. “Vienen unos días, compran herramientas, desaparecen”, ha comentado un comerciante local. No son mineros tradicionales. Son bandas armadas que disputan, bajo tierra, un botín cada vez más valioso: el oro.
Escenas similares se repiten en los bosques del Amazonas, en los ríos del Cauca colombiano o en los túneles de los Andes peruanos. Lo que fue fiebre del oro artesanal se ha convertido en una guerra silenciosa. El metal precioso que en Londres o Dubái representa refugio y estabilidad financiera, en el terreno está manchado por mercurio, sangre y crimen organizado.
La fiebre dorada del siglo XXI. Según estimaciones de Reuters, el precio del oro se ha triplicado en la última década y subió más de 25% solo en lo que va de año. El 21 de agosto cotizaba en torno a 3.331 dólares la onza, un récord histórico. En medio de inflación, guerras comerciales y tensiones geopolíticas, los inversionistas buscan en el oro lo que siempre representó: seguridad.
Pero esa fiebre no se traduce solo en lingotes en bóvedas. También ha desatado una carrera por el metal en las zonas más frágiles del planeta. La ONG SwissAid ha contabilizado en un informe que 435 toneladas de oro —unos 31.000 millones de dólares— salieron de contrabando de África en 2022, el doble que diez años antes. En Perú, primer productor de Sudamérica, la propia autoridad reguladora calculó que 40% de las exportaciones de oro del año pasado fueron ilegales.
Por su parte, la ONU ha advertido que el crimen organizado ya está incrustado en las cadenas de suministro globales del oro. “Las mafias están ganando más dinero con el oro que con la cocaína”, ha resumido para Financial Times Sasha Lezhnev, analista de The Sentry.
Del subsuelo al mercado global. Un reportaje para Financial Times lo ha detallado con bastante precisión, ya que el esquema ilegal se repite: el metal sale de un garimpo amazónico, de una mina abandonada en Sudáfrica o de un yacimiento controlado por paramilitares en Sudán; cruza fronteras por contrabando o con licencias falsas; llega a hubs como Dubái, Suiza o India; y una vez fundido en lingotes estándar se integra sin fricciones al sistema financiero internacional.
En Dubái, señalado como “lavadora” del oro mundial, basta con pagar en efectivo para obtener barras refinadas con sello emiratí. Desde allí se reexportan a Suiza, Londres o Hong Kong. Un comerciante lo ha admitido sin rodeos: “No vamos a Sudán a comprar oro. Lo adquirimos en el mercado mayorista, damos el dinero y lo recibimos. Nadie pregunta de dónde viene.”
Modus operandi global. Por un lado, en América Latina, grupos como el Clan del Golfo en Colombia o el PCC en Brasil ya operan minas y dragas. En Perú, casi 40 trabajadores han sido asesinados en asaltos a yacimientos.
Por otro lado, en Sudáfrica, los llamados zama zamas trabajan bajo control de mafias en minas abandonadas, donde se libran auténticas guerras subterráneas. En Sudán, el oro financia a la milicia RSF, acusada de atrocidades en la guerra civil.
La logística recuerda al narcotráfico: vuelos clandestinos, pistas improvisadas, redes de corrupción. Con una diferencia crucial: mientras la cocaína siempre es ilegal, el oro se legaliza en el instante en que se funde en un lingote.
Las consecuencias son desvastadoras. Según FT, el mercurio envenena ríos del Amazonas, la fauna desaparece y comunidades como los Yanomami sufren hambre, malaria y violencia. “Cuando llega el garimpo, llegan las enfermedades y las drogas”, ha explicado el líder indígena Juarez Saw.
En Sudáfrica, pueblos enteros sobreviven alrededor de minas fantasmas, atrapados entre pobreza y violencia. Y en Sudán, el oro se ha convertido en combustible de una guerra civil que ya suma más de 150.000 muertos.
Gobiernos contra las cuerdas. Los Estados intentan reaccionar, con logros parciales. En Brasil, el gobierno de Lula destruyó campamentos en la tierra Yanomami y presume una caída del 98% de minas ilegales allí y un 40% menos en exportaciones de oro. Pero los mineros regresan cuando termina la operación.
En Sudáfrica, la policía corta accesos a túneles, sin frenar el poder de las mafias. En Sudán, la presión internacional ha obligado a Dubái a endurecer controles de compra, aunque en su zoco de oro aún abundan lingotes de origen incierto. El patrón se repite: corrupción local, territorios imposibles de vigilar y redes criminales mejor financiadas que los propios Estados.
El mercado formal, ¿inocente? El circuito legal tampoco es ajeno. El London Bullion Market Association (LBMA) fija estándares globales, pero es un club privado de bancos y traders. Su sistema de liquidación concentra el comercio mundial sin supervisión pública.
El Banco Central Europeo alerta que la opacidad y concentración del mercado del oro representan un riesgo para la estabilidad financiera global. Bernhard Schnellmann, exdirector de la refinería suiza Argor Heraeus, lo ha sintetizado en su columna de opinión para FT: “El oro es demasiado importante para dejarlo en manos de clubes privados”.
El nuevo petróleo del crimen. El oro, símbolo eterno de riqueza y seguridad, es hoy el nuevo petróleo del crimen: un recurso que alimenta mafias, destruye selvas y financia guerras. Para inversores en Londres o Dubái es un activo refugio. Para mineros clandestinos en el Amazonas o Sudáfrica, es promesa de escape que a menudo termina en violencia.
En las bóvedas, un lingote de 400 onzas es idéntico sin importar su origen. Pero detrás de cada barra pueden esconderse fusiles, malaria, corrupción y ríos envenenados.
Imagen | Pexels y Africraigs
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El precio del oro está por las nubes así que eso ha creado un nuevo negocio criminal: los «narcomineros»
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Xataka
por
Alba Otero
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